La codicia en la música
El mundo empresarial entiende lo que no logra interiorizar el mundo musical por mucho que éste se empeñe en mostrar una cara de eterna aspiración a ser un negocio en términos financieros, salvando las tan escasas como honrosísimas excepciones, esto esto, aquellos que sí lo han comprendido y que, como ocurre con siempre vigente mito de la caverna, por más que se explica nadie lo ve.
Donde vivo, existen las calles gremiales. Esto es, hay una calle donde están ubicadas todas las farmacias. En otra, las peluquerías. Más allá, en la que conviven varias pet shops y así podría continuar con muchos más negocios. Y todos ellos han comprendido que no existe la competencia si no es para crear un océano azul de oportunidades. Si hay clientes interesados en un determinado producto o servicio, habrá mercado para todos y la competencia será solamente una oportunidad para poner en valor y mejorar nuestra oferta y ser más competitivos (ofrecer más, vender más, ganar más).
El lobby musical, puesto que en esto se ha convertido nuestro mundo más allá de los eufemismos edificados en forma de asociación, federación, confederación… no ha entendido que en la competencia, mejor dicho, en la capacidad de compartir para una mayor convivencia y, por ende, de resultados de nuestras capacidades, es donde reside la verdadera catarsis de nuestro gremio.
La codicia que emana de esta nefasta estructura de pensamiento, solo conlleva la esquilmación de nuestro sector con un cada vez más acuciante y severa erosión de nuestra exposición social. La música, como arte y como factor educativo, es cada vez menos valorado, menos apoyado y no exagerado llegar a una fácil conclusión: no hay solución posible en el magma que hemos creado los músicos. No nos engañemos, puesto que nadie ha creado los lazos de más interesada que generosa pleitesía, nadie más que los músicos han permitido atropellos a la razón más elemental, solo los actores del arte sonoro son los responsables de que nuestra redención sea posible. Sencillamente, porque propiciaría otra visión menos egoísta y menos limitante, lo que atenta a la mediocridad, tan generalizada en nuestro mundo.
Si se rompe el statu quo supondría una reestructuración, una limpieza de lo que hasta aquí nos ha traído. Porque más lejos no vamos a llegar. Los que así lo creen es porque ya han llegado a un espacio escaso, donde su reinado es confundido con una aspiración de trascendencia. Solo que el recuerdo de quienes practican este modo de proceder no solo no van a dejar ningún legado mínimamente ético, mínimamente sano paras próximas generaciones de músicos sino que, muy al contrario, van a perpetuar un marco terrible donde la música nunca se podrá ver reflejada.
La codicia es, pues, esa puerta a ninguna parte donde el ego se manifiesta triunfante sin más logro que escasez de pensamiento, la cancelación del músico valiente y la imposibilidad de que la música sea algún día un elemento de valor por parte del mundo no musical. De momento, no es creíble, no es defendible, no es salvable.
Pero para quienes creen que otro espacio musical es posible siempre habrá oportunidades para su transformación, lejos del foco mediático, lejos de los aplausos, de los premios y los reconocimientos, de los cargos concedidos por los servicios prestados (a los que nos alejan de nuestros propósitos) y a los que son considerados líderes sin más mérito que su falta de escrúpulos y de amor a nuestro arte.
La música no les pertenece. Por eso, mientras haya un solo músico que no precise una excusa espúrea para mejorar su entorno, para mostrar su justicia a través de una praxis saludable, la música seguirá sonando a pesar de los otros que hace tiempo que no merecen llamarse músicos.
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