El Robot EverR 6 ha debutado como director de orquesta en Corea frente a un orgánico de 60 músicos y ante 950 espectadores que lo ovacionaron ampliamente, como dice la crónica del evento. Algún músico, incluso, manifestó que EveR 6 estaba en perfecta armonía con la orquesta. 

Decía el bueno de Karajan que el verdadero objetivo de un gran director de orquesta no es otro que el de no molestar a la orquesta. Bajo esta premisa, es muy probable que EveR haya sido eficaz si su programación se ha basado en satisfacer las necesidades del músico y no exponer las que le dicta el ego (del que carece) o de la necesidad de trascender y lucirse. ¿Estamos ante el perfil ideal de director de orquesta? ¿Un director que solo atiende a lo necesario despojado de todo apego a la vanidad? 

El Maestro Riccardo Muti, en su más que recomendable libro L’infinito tra le note, (Ed. Solferino, 2019) afirma a propósito del alquimista del sonido Carlos Kleiber: „mientras dirigía, más que marcar y controlar el ritmo con el brazo, dibujaba en el aire las curvas y las sinuosidades de la línea melódica, no marcaba el tempo, sino todo lo contrario: rehuía la mesura rítmica hasta el punto de confesarme que su ideal hubiera sido el de ‘dirigir sin dirigir’”. ¿En qué punto converge el aspecto puramente mecánico y la evasión de los sentimientos a través de la coreografía gestual sin caer en la parodia? EverR, ¿podrá ser Kleiber alguna vez? La posible respuesta es inquietante.

La cuestión no es dirimir qué puede hacer un robot, sino qué puede hacer un director-humano para que no sea preciso el concurso de la tecnología, más allá de la experimentación. En realidad, ya tenemos directores-robots, en el sentido más irónico. Directores que bien podrían ser prescindibles. En este sentido, resulta paradójico que un robot sea loado por los propios músicos. Esta afirmación deja un panorama más distópico que utópico de nuestra profesión. 

El futuro de la dirección de orquesta (banda y coro) es cada vez menos incierto. Queda claro que la aportación del director-humano es cada vez más escasa. El propósito de formarse para ejercer el arte de la dirección es cada vez menos requerido puesto que la maestría ya no es  el objetivo sino estandarizar un modo de exhibirse alejado de todo compromiso con el sonido. Dicho de otro modo, ya somos todos robots.

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