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¿Por qué nuestras bandas ya no ganan?

El Certamen Internacional de Bandas de Música “Ciudad de Valencia”, el CIBM, es un perfecto punto de inflexión, una ineludible cita anual para contrastar la realidad y, acaso, sacar de una vez por todas conclusiones que nos hagan seguir progresando tanto en el aspecto musical como social, si es que no son la misma cosa.

La verdad, decía el poeta, no es que sea triste, simplemente, no tiene remedio. Y vemos, un año más, cómo en las secciones donde se dirime la fuerza de las bandas desde su punto de vista más meritocrático, esto es, hasta la 1ª sección, las agrupaciones valencianas no ganan. Este año, concretamente, quedan relegadas a una tercera posición, excepto en la tercera sección donde ha alcanzado un meritorio segundo puesto. ¿Por qué nuestras bandas ya no ganan? No hago alusión a la Sección de Honor, porque es otra liga donde hay, además, otras reglas.

El motivo principal, si consideramos que el certamen se basa en la excelencia de la neutralidad, equidistancia y justo fallo del jurado, es que las bandas de otros lares tocan mejor que las nuestras. Poco más cabría añadir. Felicitar al ganador y trabajar más. Y si consideramos que la neutralidad no está garantizada, sería tan fácil como no participar.

¿Acaso hemos perdido capacidad competitiva? ¿Hemos dejado de ser hegemón internacional? ¿Ya no somos la referencia nacional e internacional? A tenor de los resultados, podríamos concluir que, efectivamente, no. Quizás, hemos pretendido vivir de rentas, de un pasado donde fuimos únicos, bajo una condescendencia hacia las bandas de otros territorios mientras nos pensábamos como mejores. Y no es que no sea una buena noticia que otras bandas, otras comunidades, otros países alcancen la gloria con nuestras bandas como referencia. Lejos de debilitarnos, fortalece nuestra leyenda. Pero también quizás, nos hemos acomodado a formas de gestión que ya no tienen sentido, puesto que el mundo ha cambiado en todos sus órdenes.

Las causas, por diversas, conviene definirlas con sutileza, puesto que cualquier conato de admitir responsabilidades aun con el loable objetivo de mejorar, puede poner a prueba el orgullo de una sociedad musical y de sus miembros. Si atendemos a que lo único eterno es el cambio, debiéramos permanecer atentos y atentas a los retos que el mundo, que altera su paradigma de una manera vertiginosa, nos ofrece.

¿Qué cambios sustanciales se han llevado a cabo en la gestión de las bandas? Y por gestión, entiéndase, se alude a todos los componentes sociales y musicales que comprende el organigrama y estructura de una banda. Nuestro amado instrumento colectivo, es el único -la generalización siempre es injusta- que desde una concepción amateur se logran resultados quasi profesionales. Este sería, de hecho, el primer punto a cuidar en tanto que a la hora de competir -llegado el caso y deseo de una banda- se haga desde la capacidad de vencerse a uno mismo para extraer desde lo individual lo mejor para el fin colectivo que se persigue. 

La diversidad en los perfiles y roles de una banda son el primer reto -que no obstáculo- para lograrlo. Una banda acoge tanto a músicos aficionados como profesionales, niños y mayores. Este, de hecho, es uno de los mayores patrimonios sociales y el más bello ejemplo de colectividad. Y dado que no podemos esperar un resultado parejo entre el niño que acaba de incorporarse a la banda con el más veterano y añadir en la ecuación al profesional, la gestión humanística del colectivo se erigiría como el segundo de los retos a acometer.

¿Quién es el responsable de todo ello? A bote pronto podríamos señalar al director o directora, puesto que es a quien se exige la responsabilidad de un mayor provecho en el resultado musical. Pero sabemos que no siempre es así, que numerosas bandas no crecen, en el sentido amplio del término, pierden la ilusión, sus músicos acuden con menos asiduidad a los ensayos o, directamente, abandonan la banda. Y cuando la directiva advierte el problema y alcanza a señalar al podio, la banda está en crisis, sino rota.

Por eso, el siguiente reto alude a la responsabilidad de la directiva en afinar su elección a la hora de elegir director o directora. Y no es tarea fácil. El factor prueba-error es más recurrente, pero sí que puede exigirse una preparación, una formación del mismo modo que se prepara un músico o un director, para que los miembros de una directiva puedan apoyarse en criterios objetivos a la hora de elegir a quien dirigirá el devenir de la banda.

Cada vez, afortunadamente, hay una mayor oferta en el ámbito de la formación en la disciplina de dirección de banda, aunque la formación específica en elementos como la comunicación, la gestión humanística y la gestión de colectivos, es prácticamente nula. Un director o directora precisa de una vida para, acaso, acercarse a lo que supone el hecho de dirigir. Cada vez más, las directivas, ponen la banda en manos todavía inexpertas y los resultados alumbran el error. Y no es que la expertología dependa solo de la edad, puesto que quien no se ha formado correctamente en su juventud, alcanza la madurez con las mismas carencias. El papel que los jóvenes directores o directoras podrían realizar en las bandas juveniles -otro aspecto a tener en cuenta en los futuribles objetivos de una banda- tendría un enriquecimiento bidireccional.

Si la dirección musical es el punto axial de la problemática expuesta, deberá atenderse con un mayor rigor y mejor enfoque puesto que es en sí misma una especialidad y un arte, aunque pueda ser obvio el argumento. Un compositor no es per se un buen director.  La profesionalización ha de llegar de la mano de una experta dirección musical (con todos los elementos extra-musicales aludidos) así como de una nueva y valiente gestión por parte de las directivas. Porque no hay mayor activador competitivo que lo que queramos llegar a ser.

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