En ocasiones oímos decir que tal o cual director o directora se parece a tal o cual eminencia de la dirección. Cabría matizar que, con toda certeza, una cosa es en qué se parecen los gestos (todos podemos imitar ciertos movimientos con más o menos gracias o com más o menos plasticidad) pero cosa distinta es el sonido que se propicia, único objetivo de la dirección musical.

El mundo audiovisual nos ofrece un crisol de experiencias y de acceso a la más extensa gama de gestualidades de los grandes maestros. La mimética ha constituido a partir de este paradigma un modela de enseñanza falaz basado en la imitación per se de gestos grandes y de los profesores o mentores que atienden a los estudiantes de dirección.

En realidad, si nos fijamos bien, ninguno de estos Maestros es una copia de otro Maestro, por tanto, ¿no será que la autenticidad y la búsqueda incansable de un sonido sublime es en realidad el objetivo de nuestra profesión como directores o directoras? Y si nos ampliamos el foco de nuestra atención, encontraremos que esos imitadores son, precisamente, los que menos aportan a la música.

¡Cuántos vendedores de talento enarbolan la herencia de Celibidache sin ofrecer nada sustancial a la música! ¡Cuántos apenas rozan el viento entre sus brazos imitando la aparente levedad de Abbado sin lograr, a menos, que la banda vaya “junta”! ¡Cuántos creen que la verdad que esconde Kleiber se oculta en la ocurrencia sin llegar al borde del abismo del riesgo, donde en realidad se produce la magia del arte sonoro!

Esta realidad es la que ha impedido una verdadera escuela de dirección en nuestro país (escribo desde España) en tanto que los diferentes espacios de dirección de las últimas décadas solo han contribuido a la pleitesía del falso maestro que no ha propiciado, como en escuelas europeas de calado histórico sí han logrado.

El mapa de directores y directoras es una suerte de figuras que ostentan movimiento aprendidos (imitados), autocomplacientes y narcisistas que olvidan que lo importante no son ellos, sino el sonido que no logran.

Las excepciones, aunque escasas, tienen la responsabilidad de no cejar, de no ceder, de no sucumbir a la ola instagrámmica y seguir rindiendo culto al sonido, alma verdadero de la música.

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